Granada
Uno de los paisajes de Federico (1918)
I Amanecer de verano
II AlbaicínA Lorenzo Martínez Fuset, gran amigo y compañero.
III Canéfora de pesadilla
IV Sonidos A María Luisa Egea.
V Puestas de sol
I Amanecer de verano
Los montes lejanos surgen con ondulaciones suaves de reptil. Las transparencias infinitamente cristalinas lo muestran todo en su mate esplendor. Las umbrías tienen noche en sus marañas y la ciudad va despojándose de sus velos perezosamente, dejando ver sus cúpulas y sus torres antiguas iluminadas por una luz suavemente dorada. Las casas asoman sus caras de ojos vacíos entre el verdor, y las hierbas, y las amapolas y los pámpanos, danzan graciosos al son de la brisa solar. Las sombras se van levantando y esfumando lánguidas, mientras en los aires hay un chirriar de ocarinas y flautas de caña por los pájaros. En las distancias hay indecisiones de bruma y heliotropos de alamedas, y a veces entre la frescura matinal se oye un balar lejano en clave de fa. Por el valle del Dauro, ungido de azul y de verde oscuro vuelan palomas campesinas, muy blancas y negras, para pararse sobre los álamos, o sobre macizos de flores amarillas. Aún están dormidas las campanas graves, sólo algún esquilín albayzinero revolotea ingenuo junto a un ciprés. Los juncos, las cañas, y las yedras olorosas, están inclinadas hacia el agua para besar al sol cuando se mire en ella... El sol aparece casi sin brillo..., y en ese momento las sombras se levantan y se van..., la ciudad se tiñe de púrpura pálida, los montes se convierten en oro macizo, y los árboles adquieren brillos de apoteosis italiana. Y todas las suavidades y palideces de azules indecisos se cambian en luminosidades espléndidas, y las torres antiguas de la Alhambra son luceros de luz roja..., las casas hieren con su blancura y las umbrías tornáronse verdes brillantísimos. El sol de Andalucía comienza a cantar su canción de fuego que todas las cosas oyen con temor. La luz es tan maravillosa y única que los pájaros al cruzar el aire son de metales raros, iris macizos, y ópalos rosa... Los humos de la ciudad empiezan a salir cubriéndola de un incendio pesado..., el sol brilla y el cielo, antes puro y fresco, se vuelve blanco sucio. Un molino empieza su durmiente serenata... Algún gallo canta recordando al amanecer arrebolado, y las chicharras locas de la vega templan sus violines para emborracharse al mediodía.
II AlbaicínA Lorenzo Martínez Fuset, gran amigo y compañero.
Surgen con ecos fantásticos las casas blancas sobre el monte... Enfrente, las torres doradas de la Alhambra enseñan recortadas sobre el cielo un sueño oriental. El Dauro clama sus llantos antiguos lamiendo parajes de leyendas morunas. Sobre el ambiente vibra el sonido de la ciudad. El Albaizín se amontona sobre la colina alzando sus torres llenas de gracia mudéjar... Hay una infinita armonía exterior. Es suave la danza de las casucas en torno al monte. Algunas veces entre la blancura y las notas rojas del caserío, hay borrones ásperos y verdes oscuros de las chumberas... En torno a las grandes torres de las iglesias, aparecen los campaniles de los conventos luciendo sus campanas enclaustradas tras las celosías, que cantan en las madrugadas divinas de Granada, contestando a la miel profunda de la Vela. En los días claros y maravillosos de esta ciudad magnífica y gloriosa el Albaizín se recorta sobre el azul único del cielo rebosando gracia agreste y encantadora. Son las calles estrechas, dramáticas, escaleras rarísimas y desvencijadas, tentáculos ondulantes que se retuercen caprichosa y fatigadamente para conducir a pequeñas metas desde donde se divisan los tremendos lomos nevados de la sierra, o el acorde espléndido y definitivo de la vega. Por algunas partes, las calles son extraños senderos de miedo y de fuerte inquietud, formadas por tapiales por los que asoman los mantos de jazmines, de enredaderas, de rosales de San Francisco. Se siente ladrar de perros y voces lejanas que llaman a alguien casualmente con acento desilusionado y sensual. Otras, son remolinos de cuestas imposibles de bajar, llenas de grandes pedruscos, de muros carcomidos por el tiempo, en donde hay sentadas mujeres trágicas idiotizadas que miran provocativamente... Están las casas colocadas, como si un viento huracanado las hubiera arremolinado así. Se montan unas sobre otras con raros ritmos de líneas. Se apoyan entrechocando sus paredes con original y diabólica expresión. Aparte de las mutilaciones que ha sufrido por algunos granadinos (mal llamados así) este barrio único y evocador, lo demás conserva plenamente su ambiente característico... Al deambular por sus callejas surgen escenarios de leyendas. Altares, rejas, casonas enormes con aires de deshabitadas, miedosos aljibes en donde el agua tiene el misterio trágico de un drama íntimo, portalones destartalados en donde gime un pilar entre las sombras, hondonadas llenas de escombros bajo los cubos de las murallas, calles solitarias que nadie las cruza y en donde tarda mucho una puerta en aparecer..., y esa puerta está cerrada, covachas abandonadas, declives de tierra roja en donde viven los pulpos petrificados de las pitas. Cavernas negras de la gente nómada y oriental. Aquí y allá siempre los ecos moros de las chumberas... Y las gentes en estos ambientes tan sentidos y miedosos inventan las leyendas de muertos y de fantasmas invernales, y de duendes y de marimantas que salen en las medias noches cuando no hay luna vagando por las callejas, que ven las comadres y las prostitutas errantes, y que luego lo comentan asustadas y llenas de superstición. Vive en estas encrucijadas el Albaizín miedoso y fantástico, el de los ladridos de perros y guitarras dolientes, el de las noches oscuras en estas calles de tapias blancas, el Albaizín trágico de la superstición, de las brujas echadoras de cartas y nigrománticas, el de los raros ritos de gitanos, el de los signos cabalísticos y amuletos, el de las almas en pena, el de las embarazadas, el Albaizín de las prostitutas viejas que saben del mal de ojo, el de las seductoras, el de las maldiciones sangrientas, el pasional... Hay otros rincones por estas antigüedades, en que parece revivir un espíritu romántico netamente granadino... Es el Albaizín hondamente lírico... Calles silenciosas con hierbas, con casas de hermosas portadas, con minaretes blancos en los que brillan las verdes y grises mamas del adorno característico, con jardines admirables de color y de sonido. Calles en que viven gentes antiguas de espíritu, que tienen salas con grandes sillones, cuadros borrosos y urnas ingenuas con Niños Jesús entre coronas, guirnaldas y arcos de flores de colorines, gentes que sacan faroles de formas olvidadas al paso del Viático y que tienen sedas y mantones de rancio abolengo. Calles en que hay conventos de clausura perpetua, blancos, ingenuos, con sus campaniles chatos, con las celosías empolvadas, muy altas, rozando con los aleros del tejado..., donde hay palomas y nidos de golondrinas. Calles de serenata y de procesión con las candorosas vírgenes monjiles... Calles que sienten las melodías plateadas del Dauro y las romanzas de hojas que cantan los bosques lejanos de la Alhambra... Albaizín hermosamente romántico y distinguido. Albaizín del compás de Santa Isabel y de las entradas de los cármenes. El Albaizín de las fuentes, de las glorietas, de los cipreses, de las rejas engalanadas, de la luna llena, del romance musical antiguo, el Albaicín de la cornucopia, del órgano monjil, de los patios árabes, del piano de mesa, de los amplios salones húmedos con olor de alhucema, del mantón de cachemira, del clavel. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
*Al recorrer estas calles se van observando espantosos contrastes de misticismo y lujuria. Cuando se está más abrumado por el paseo angustioso de las sombras y las cuestas, se divisan los colores suaves y apagados de la vega, siempre plateada, llena de melancólicos tornasoles de color..., y la ciudad durmiendo aplanada entre neblinas, en las que descuella el acorde dorado de la catedral enseñando su espléndida girola y la torre con el ángel triunfador. Hay una tragedia de contrastes. Por una calle solitaria se oye el órgano dulcemente tocado en un convento... y la salutación divina de Ave María Stella dicha con voces suavemente femeninas... Enfrente del convento, un hombre con blusa azul maldice espantosamente dando de comer a unas cabras. Más allá unas prostitutas de ojos grandes, negrísimos, con ojeras moradas, con los cuerpos desgarbados y contrahechos por la lujuria, dicen a voz en cuello obscenidades de magnificencia ordinaria; junto a ellas, una niña delicada y harapienta canta una canción piadosa y monjil... Todo nos hace ver un ambiente de angustia infinita, una maldición oriental que cayó sobre estas calles. Un aire cargado de rasgueos de guitarras y de gritos calmosos de la gitanería. Un sonido de voces monjiles y un runrún de zambra anhelante. Todo lo que tiene de tranquilo y majestuoso la vega y la ciudad, lo tiene de angustia y de tragedia este barrio morisco. Por todas partes hay evocaciones árabes. Arcos negruzcos y herrumbrosos, casas panzudas y chatas con galerías bordadas, covachas misteriosas con líneas del oriente, mujeres que parecen haber escapado de un harem... Luego una vaguedad en todas las miradas que parece que sueñan en cosas pasadas..., y un cansancio abrumador. Si alguna mujer llama a sus hijos o a alguien, es un quejido lento lo que murmura y los brazos caídos y las cabezas despeinadas dan una impresión de abandono a la suerte, y una creencia en el destino verdaderamente musulmana. Hay siempre ritmos gitanos en el aire y canciones desesperadas o burlonas, con sonidos guturales. Por las callejas se ven los cerros dorados con murallas árabes. Hay heridas en las piedras manando agua clara que se arrastra serpeando calle abajo. En las cocinas, las macetas de claveles y geranios se miran en las ollas y perolas de cobre, y las alacenas abiertas en la tierra húmeda se muestran repletas de los cacharros morunos de Fajalauza. Hay perfumes de sol fuerte, de humedad, de cera, de incienso, de vino, de macho cabrío, de orines, de estiércol, de madreselva. Hay en los ambientes un gran barullo extraño, envuelto en los sonidos oscuros que lanzan las campanas de la ciudad. Un cansancio soleado y umbroso, una blasfemia eterna y una oración constante. A las
guitarras y los jaleos de juerga en mancebía, responden las voces castas de los esquilines llamando a coro. Por encima del caserío se levantan las notas funerales de los cipreses, luciendo su negrura romántica y sentimental... Junto a ellos están los corazones y las cruces de las veletas que giran pausadamente frente a la majestad espléndida de la vega.
*Al recorrer estas calles se van observando espantosos contrastes de misticismo y lujuria. Cuando se está más abrumado por el paseo angustioso de las sombras y las cuestas, se divisan los colores suaves y apagados de la vega, siempre plateada, llena de melancólicos tornasoles de color..., y la ciudad durmiendo aplanada entre neblinas, en las que descuella el acorde dorado de la catedral enseñando su espléndida girola y la torre con el ángel triunfador. Hay una tragedia de contrastes. Por una calle solitaria se oye el órgano dulcemente tocado en un convento... y la salutación divina de Ave María Stella dicha con voces suavemente femeninas... Enfrente del convento, un hombre con blusa azul maldice espantosamente dando de comer a unas cabras. Más allá unas prostitutas de ojos grandes, negrísimos, con ojeras moradas, con los cuerpos desgarbados y contrahechos por la lujuria, dicen a voz en cuello obscenidades de magnificencia ordinaria; junto a ellas, una niña delicada y harapienta canta una canción piadosa y monjil... Todo nos hace ver un ambiente de angustia infinita, una maldición oriental que cayó sobre estas calles. Un aire cargado de rasgueos de guitarras y de gritos calmosos de la gitanería. Un sonido de voces monjiles y un runrún de zambra anhelante. Todo lo que tiene de tranquilo y majestuoso la vega y la ciudad, lo tiene de angustia y de tragedia este barrio morisco. Por todas partes hay evocaciones árabes. Arcos negruzcos y herrumbrosos, casas panzudas y chatas con galerías bordadas, covachas misteriosas con líneas del oriente, mujeres que parecen haber escapado de un harem... Luego una vaguedad en todas las miradas que parece que sueñan en cosas pasadas..., y un cansancio abrumador. Si alguna mujer llama a sus hijos o a alguien, es un quejido lento lo que murmura y los brazos caídos y las cabezas despeinadas dan una impresión de abandono a la suerte, y una creencia en el destino verdaderamente musulmana. Hay siempre ritmos gitanos en el aire y canciones desesperadas o burlonas, con sonidos guturales. Por las callejas se ven los cerros dorados con murallas árabes. Hay heridas en las piedras manando agua clara que se arrastra serpeando calle abajo. En las cocinas, las macetas de claveles y geranios se miran en las ollas y perolas de cobre, y las alacenas abiertas en la tierra húmeda se muestran repletas de los cacharros morunos de Fajalauza. Hay perfumes de sol fuerte, de humedad, de cera, de incienso, de vino, de macho cabrío, de orines, de estiércol, de madreselva. Hay en los ambientes un gran barullo extraño, envuelto en los sonidos oscuros que lanzan las campanas de la ciudad. Un cansancio soleado y umbroso, una blasfemia eterna y una oración constante. A las
guitarras y los jaleos de juerga en mancebía, responden las voces castas de los esquilines llamando a coro. Por encima del caserío se levantan las notas funerales de los cipreses, luciendo su negrura romántica y sentimental... Junto a ellos están los corazones y las cruces de las veletas que giran pausadamente frente a la majestad espléndida de la vega.
III Canéfora de pesadilla
De una puerta negra con enormes desconchones en la madera y entre un incienso verde y húmedo, surge la figura espantosa cubierta de andrajos y con ojos amarillentos por la bilis... En el fondo hay un patio antiguo... patio en donde quizá los eunucos durmieran a la luz de la luna, patio empedrado de musgo, con sombras árabes en las paredes, y un gran aljibe miedoso y profundo... En sus carcomidas balaustradas se apoyan macetas marchitas de geranios, y en sus columnas renegridas se abrazan enredaderas tísicas... Más allá un muladar y en una de sus paredes un Cristo espantoso con falda de bailarina, adornado de flores de trapo... Un mareo ahogadizo de moscas y mil avispas zumbando amenazadoras. En el cielo muy azul, fuego de sol..., y de aquí surgió. No sé si mis ojos la miraron bien, o no la miraron, porque lo espantoso produce en nosotros confusión de ideas. Era un misterio repugnante la figura horrible que salía tambaleándose de la casa. No había nadie en la calle melancólica y reposada en su muerte. La figura monstruosa no se movía de la puerta. Poseía en su actitud, la fría interrogación de un friso egipcio. Tenía un vientre muy abultado como de eterno embarazo, sus brazos caídos sostenían unas manos viscosas y formidables de fealdad. En la cadera llevaba un cántaro desmochado, y sus cabellos canosos y fuertes, rodeaban aquella cara con un agujero por nariz. Sobre sus pómulos una pupa amarillenta mostraba toda su maloliente carroña, y un ojo horrible derramaba lágrimas sobre ella, que la figura atroz limpiaba con su manaza... Salía de aquella casa de vicios espantosos y lujurias extremas. Estaba envuelta en un hábito de impudor y bajeza de una degeneración sexual. Podía ser animal raro o hermafrodita satánico. Carne sin alma o medusa dantesca. Ensueño de Goya o visión de San Juan. Amada por Valdés Leal, o martirio para Jan Weenix... Era una carne verdosa y de muerte. Tose repetidas veces... y se cree oler a azufre..., bajo el peso de los espíritus del mal... La figura inquietante echó a andar. Llevaba unas zapatillas a medio meter que marcaban el ritmo lúgubremente; unas gargantillas de coral mugriento y una bolsa colgada al cuello, que sería algún amuleto infernal. Dentro de la casa se oía reír y entre palmas sensuales y ayes dolorosos, una voz aguardentosa cantaba obscenidades. El monstruo andaba como un lagarto en pie y con una mueca dura no se sabe si era risa o dolor de vivir... Otra vez tosió como si un perro aullase en un sótano, y siguió andando despidiendo olor de alhucema podrida y de tabaco. Es horrible este bicho con enaguas y con senos flácidos... Es la que en la casa eternamente maldice y asusta a las buenas comadres. Es la que si pudiera nos besaría a todos para infestarnos de su mal. Es la eunuca de un harem de podredumbre. Si fuera hermosa sería Lucrecia, como es horrible es Belcebú. Si pudiera escoger amante, amaría a Neptuno o Atila..., y si pudiera llevar a cabo sus maldiciones sería como Hatto, el feroz obispo de Andernach . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Estas mujeres, espantosas de pesadilla, se pasean algunas veces por el Albaizín. Ellas son las brujas que enredan en sus tramas cabalísticas a las pasionales muchachas de ojos negros. Ellas son las que preparan bebedizos hechos con víboras, con canela y con huesos de niños machacados al plenilunio. Ellas poseen en canuteros los espíritus del bien y del mal..., y por ellas las madres ignorantes y supersticiosas cuelgan a sus críos cuernos dorados y estampas benditas para librarlos del mal de ojo... Pero esta pesadilla... ¡Qué gesto tan frío y tan inquietante el suyo al cruzar la calle llena de sol y olor de rosal! ¡Hetaira quitasueños!... Con el cántaro en la cadera y las manos por el suelo en las calles del Albaizín . . . . . .
IV Sonidos A María Luisa Egea.
Bellísima, espléndida y genial... Con toda mi devoción Desde los cubos de la Alhambra se ve el Albaizín con los patios, con galerías antiguas por las que pasan monjas. En las blancas paredes de los claustros están los vía crucis. Junto a las celosías románticas de los campaniles los cipreses mecen lánguidamente su masa olorosa y funeral... Son los patios soñadores y umbrosos... En medio del gran acorde macizo del caserío los conventos ponen su ambiente de tristeza. Es algo misterioso que atrae y fascina, la visión del Albaizín desde esta fortaleza y palacio de la media noche... Y el panorama, con ser tan espléndido y extraño, y tener esas voces potentes de romanticismo, no es lo que fascina. Lo que fascina es el sonido. Podría decirse que suenan todas las cosas... Que suena la luz, que suena el color, que suenan las formas. En los parajes de intenso sonido como son las sierras, los bosques, las llanuras, la gama musical del paisaje tiene casi siempre el mismo acorde que domina a las demás modulaciones. En las faldas de la Sierra Nevada, hay unos recodos deliciosos de sonidos... Son unos sitios en donde de los declives macizos mana un sonido de perfume agreste melosamente acerado. En los mismos bosques de pinos, entre el olor divino que exhalan, se oye el manso ruido del pinar, que son melodías de terciopelo aunque sople aire fortísimo, modulaciones mansas, cálidas, constantes..., pero siempre en la misma tesitura... Eso es lo que no tiene Granada y la vega oídas desde la Alhambra. Cada hora del día tiene un sonido distinto. Son sinfonías de sonidos dulces lo que se oye... Y al contrario que los demás paisajes sonoros que he escuchado, este paisaje de la ciudad romántica modula sin cesar. Tiene tonos menores y tonos mayores. Tiene melodías apasionadas y acordes solemnes de fría solemnidad... El sonido cambia con el color, por eso cabe decir que éste canta. El ruido del Dauro es la armonía del paisaje. Es una flauta de inmensos acordes a la que los ambientes hicieran sonar. Desciende el aire con su gran monotonía cargado de aromas serranos y entra en la garganta del río, éste le da su sonido y lo entrecruza por las callejas del Albaizín por las que pasa rápido dando graves y agudos...; luego se extiende sobre la vega y al chocar con sus sones admirables y con las montañas lejanas y con las nubes, forma ese acorde de plata mayor que es como una inmensa nana que a todos nos duerme voluptuosamente... En las mañanas de sol hay alegrías de música romántica en la garganta del Dauro. Podría decirse que canta en tono mayor el paisaje... Hay mil voces de campanas que suenan de muy distinta manera. Algunas veces claman en tono grave las campanas sonoras de la Catedral, que llenan los espacios con sus ondas musicales... Éstas se callan y entonces les contestan varios campanarios albaizineros que se contrapuntan espléndidamente. Unas campanas vuelan como locas derramando pasión bronceada hasta fundirse a veces con el sonido del aire en un hipar anhelante... Otras, viriles, fugan sus sonidos con las lejanías..., y una más reposada y devotamente, llena de unción sacerdotal llama a rezar muy despacio, con aire cansado, con la filosofía de la resignación... Las otras campanas que volaban locas de apasionada alegría se callan de repente pero la campana reposada sigue con aire de reproche..., ella es la vieja que reza..., y riñe a las jóvenes por sus anhelos que nunca tendrán realidad... Seguramente aquellas campanas que habían sonado como locas de entusiasmo hasta morirse de sonido, las habían echado a volar, o los acólitos traviesos de las parroquias..., o las novicias juguetonas y asustadizas de algún convento, que tienen ansia de reír, de cantar..., y es casi cierto que esta campana que llama a rezar quejumbrosamente la tañe algún viejo sacristán lleno de manchas de cera..., o alguna monja que la muerte olvidó, que espera en el convento la herida de la guadañadora... Hay silencios magníficos en que canta el paisaje... Después claman otra vez las campanas de la Catedral, las otras glosan lo que dijo la maestra..., y como final de sinfonía hay un gracioso e infantil ritornello de esquilín..., que después de su melodía agudísima se va apagando poco a poco en un morendo delicado, como no queriendo terminar..., hasta que acaba en una nota rozada que apenas se oye. ¡Son magníficas, son maravillosas, son espléndidas y múltiples las sinfonías de campanas en Granada! La noche tiene brillantez mágica de sonidos desde este torreón. Si hay luna, es un marco vago de sensualidad abismática lo que invade los acordes. Si no hay luna..., es una melodía fantástica y única lo que canta el río..., pero la modulación original y sentida en que el color revela las expresiones musicales más perdidas y esfumadas, es el crepúsculo... Ya se ha estado preparando el ambiente desde que la tarde media. Las sombras han ido cubriendo la hoguera alhambrina... La vega está aplanada y silenciosa. El sol se oculta y del monte nacen cascadas infinitas de colores musicales que se precipitan aterciopeladamente sobre la ciudad y la sierra y se funde el color musical con las ondas sonoras... Todo suena a melodía, a tristeza antigua, a llanto. Resbala una pena dolorosa e irremediable sobre el caserío albaizinero y sobre los soberbios declives rojos y verdes de la Alhambra y Generalife..., y va cambiando sin cesar el color y con el color cambia el sonido... Hay sonidos rosa, sonidos rojos, sonidos amarillos y sonidos imposibles de sonido y color... Después hay un gran acorde azul..., y empieza la sinfonía nocturna de las campanas. Es distinta de la de la mañana. El apasionamiento tiene gran tristeza... Casi todas, suenan cansadas, llamando al rosario... Canta muy fuerte el río. Las luces parpadeantes de las callejas albaizineras, ponen temblores dorados en las negruras de los cipreses... Lanza la Vela su histórica canción... En las torres, se ven lucecillas miedosas que alumbran a los campaneros... Silba el tren a lo lejos.
V Puestas de sol
1Verano
Cuando el sol se oculta tras las sierras de bruma y rosa, y hay en el ambiente una colosal sinfonía de religioso recogimiento, Granada se baña de oro y de tules rosa y morados. La vega, ya con los trigos marchitos, se duerme en un sopor amarillento y plateado, mientras los cielos de las lejanías tienen hogueras de púrpura apasionada y ocre dulzón. Por encima del suelo hay ráfagas de brumas indecisas como aire saturado de humo o brumas fuertes como enormes púas de plata maciza. Los caseríos están envueltos en calor y polvo de paja y la ciudad se ahoga entre acordes de verdor lujurioso y humos sucios. La sierra es color violeta y azul fuerte por su falda, y rosadamente blanca por los picachos. Aún quedan manchas de nieve que resisten briosas al fuego del sol. Los ríos están casi secos y el agua de las acequias va tan parada, como si arrastrara un alma enormemente romántica cansada por el placer doloroso de la tarde. En el cielo que hay sobre la sierra, un cielo azul tímido, asoma el beso hierático de la luna. En los árboles y en las viñas aún queda un resol extraño..., y poco a poco los montes azules, ceniza y verde sobre rosa, se enfrían y todo va tomando el color hipnótico de la luna. Cuando ya casi no hay luz, adquiere la ciudad un matiz negro y parece dibujada sobre un mismo plano, las ranas empiezan sus raras fermatas, y todos los árboles parecen cipreses... Luego la luna besa a todas, las cosas, cubre de suavidad los encajes de las ramas, hace luz al agua, borra lo odioso, agranda las distancias y convierte los fondos de la vega en un mar... Después un lucero de una ternura infinita, el viento en los árboles, y un canto de aguas perenne y adormecedor. La noche muestra todos sus encantos con la luna. Sobre el lago azul brumoso de la vega ladran los perros de las huertas...
2Invierno
Está la vega aplanada. Estos días tristes de invierno la convierten en campo de ensueño. Las lejanías veladas por la niebla son plomo y violeta, y las alamedas marchitas son grandes rayas negras. El cielo es blanco y suave con ligeros toques negros, la luz azulada, vaga, delicadísima. Los caseríos brillan y se esfuman en la vaguedad del humo. El sonido es apagado y de nieve. Los primeros términos del paisaje se acusan con fuerza. Muchos olivos plata y verde, grandes álamos llorosos y lánguidos, y cipreses negros que se agitan dulcemente. Saliendo de la ciudad hay unos pinos con las cabezas inclinadas. Todos los colores son pálidos y graves. El verde oscuro y el rojizo son los que dominan de cerca..., pero a medida que se van extendiendo por la llanura, la niebla los apaga y los borra..., hasta que en los fondos son indefinidos y somnolientos. Los ríos parecen cortes inmensos hechos en la tierra para que se viera el cielo que hay debajo. El sol al ocultarse se asomó entre las nubes..., y la vega fue como una inmensa flor que abriera de pronto su gran corola mostrándonos toda la maravilla de sus colores. Hubo una conmoción enorme en el paisaje. La vega palpitó espléndida. Todas las cosas se movieron. Algunos colores se extendieron fuertes y briosos. En un monte cercano hay rasgaduras de azulín intenso... La nieve de la sierra se adivina entre las gasas de la niebla... Las nubes se montan unas encima de otras, se muerden furiosas tornándose negras..., y la lluvia empieza a caer fuerte y sonora. En la ciudad hay un sonido metálico con ondulaciones secas, lo produce el agua al chocar con los tubos y canales de latón... En la vega es un ruido blando y muelle de agua que cae sobre agua y hierbas... La lluvia tiene al caer en los charcos acordes suavísimos y fuertes, al caer sobre las hierbas, desfallecimientos de sonidos. A lo lejos algún trueno apagado suena como un monstruoso timbal... Los pueblos están encogidos y helados de frío..., los caminos están tapizados por grandes manchas de plata... Arrecia la lluvia amenazadora... La luz se hace oscura y la vaguedad se acentúa... Una oscuridad y sopor llenan la vega... Una línea fascinadora de luz blanca triunfa en el horizonte... Después, un manto de terciopelo negro bordado de granates cubre la llanura . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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